Teotihuacán, 22 de septiembre del 2000
Los antiguos mexicanos respetaban y veneraban a la naturaleza. Sus íconos representaban a sus fuerzas más evidentes; el agua y el viento tenían personalidad propia; y sus mitos estaban basados en los ciclos del sol, de la luna y de planetas cercanos. Veneraban en particular a la Tierra, siempre amenazada por la oscuridad, pero siempre fértil y generosa, siempre cercana al Sol.
Hoy día, cientos de años después de los siglos de esplendor de las culturas que construyeron los monumentos y esculturas extraordinarias que hoy nos rodean, estamos en los tiempos de la comunicación instantánea y de los viajes espaciales. Estamos, también, en tiempos en los que aparecen nuevos mitos, en que nuevas imágenes nos llevan a nuevas percepciones de lo que somos como seres humanos.
Es precisamente una imagen que han visto nuestros semejantes en esos viajes espaciales, la de nuestro planeta en el espacio, la de una esfera azul y blanca rodeada de la oscuridad y del resplandor de estrellas y planetas lejanos, la que nos ubica de lo increíblemente extraordinario, diminuto y delicado que es esto que llamamos Tierra.
Nosotros, seres humanos y otras formas de vida, existimos porque existe una delgada capa luminosa. Esa delgada capa es la atmósfera terrestre y no es más ancha que unos kilómetros, no es más extensa que la distancia que recorremos en menos de diez minutos en un auto a gran velocidad. En esa delgada capa está, sin embargo, toda la vida que se conoce en el Universo, toda la vida presente en esa oscuridad que rodea a la esfera que llamamos Tierra. Ahí es donde ahora vivimos y donde vivirán nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros bisnietos y toda la vida y humanidad que tomará nuestro lugar en los años y siglos por venir.
Somos, no hay duda, una generación afortunada. Cualquiera puede comunicarse casi con quien sea en el momento y lugar donde se le antoje; cientos de miles cruzan en horas y varias veces al año lo que hace menos de cien años tomaba semanas y se hacía una vez en la vida; casi cualquiera puede habitar permanentemente los desiertos sin sufrir calor. Igualmente, en la gran mayoría de nuestras casas, podemos guardar alimentos frescos por semanas sin que se echen a perder, subir agua a la azotea sin mover un dedo, iluminar nuestra casa noches enteras sin que nos cueste más que unas monedas y ver lo que ocurre, en el momento en que ocurre y desde el lugar en que ocurre, sin levantarnos del sofá de nuestra casa.
Esto, sin embargo, tiene un límite y este fue rebasado hace ya un buen número de años. Hemos ido consumiendo, en unas cuantas décadas, recursos que, como los combustibles fósiles, tomaron miles de años en tomar la forma útil en la que las utilizamos. Al consumirlos, hemos depositado en la delgada capa luminosa en que vivimos, residuos y compuestos que han alterado el delicado balance del complejo sistema que allí existe y del cual somos parte.
Es tiempo, por lo tanto, de nuevos quehaceres, de limpiar la casa, de reparar los daños. En nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestras escuelas, es hora de ver no solo por nosotros sino por los que vienen. Necesitamos recuperar la actitud de nuestros padres y abuelos, de aquellos que sabían vivir con más cuidado de las cosas, de quienes sabían aprovechar a la naturaleza sin abusar de ella.
En México, país afortunado en recursos, en especial energéticos, tenemos mucho qué hacer. Primero que nada, entender que nuestra abundancia petrolera es pasajera. Segundo, entender que utilizarla sin cuidado tiene impactos que afectan no solo a las generaciones presentes sino a las futuras. Tercero, comprender que somos habitantes no solo de un país sino de un planeta, el cual compartimos no solo con otros seres humanos sino con otras especies.
Parte de la solución está en la cultura, pero una parte importante está en la tecnología. Sin negar que ha sido un elemento que nos ha llevado al deterioro ambiental, no podemos tampoco negar que es también parte de la solución. Tecnología trabajada y probada por muchos años que aprovecha la energía que nos llega del sol, la que tiene el viento, la que trae el agua y la que se guarda en las plantas ya existe y se utiliza en casas y pueblos, ya está aquí y cuesta menos que otras alternativas en muchas circunstancias y lugares.
Lo que se necesita es que estemos más informados, que conozcamos de las alternativas a lo que usamos en la actualidad, que reconozcamos que no podemos seguir malgastando recursos que nunca recuperaremos. Son, necesariamente, tiempos de nuevos paradigmas, de nuevas actitudes y aptitudes, de sinergias y no de entropías.
Es por eso que estos eventos como el Foro Solar Milenio 2000 son indispensables. Son espacios para saber más y mejor de lo que se hace en otros rincones del mundo, de lo que es y ha sido útil, de lo que parecía útil y no sirve, de cómo y cuándo se han aprovechado, de cuáles son las actitudes que hay que modificar, de quienes son los actores que hay que convencer, de cómo nos organizarnos mejor para que se aprovechen estas alternativas. Son, particularmente, espacios como este Foro de diálogo franco y de mutuo apoyo que hoy, con esta visita a este espacio mágico y extraordinario, concluye exitosamente.
Es a nombre del Gobierno de México, y extendiendo el reconocimiento que ya ha manifestado el presidente de México a estas extraordinarias y entusiastas comunidades que componen, a nivel planetario, la Sociedad Internacional de Energía Solar y, a nivel nacional, la Asociación de Energía Solar, que me permito agradecer a todos ustedes este esfuerzo de que ha puesto una semilla en esta tierra que ha probado ser fértil a las ideas nobles y justas. Estén todos ustedes seguros de que la cuidaremos y que será árbol frondoso con flores bellas y frutos dulces que, siendo fieles a nuestra cultura, sabremos compartir.
Muchas gracias.
Ing. Odón de Buen Rodríguez
Director General
Comisión Nacional para el Ahorro de Energía



